Verde que te quiero verde
Verde viento verdes ramas
El barco sobre la mar
El caballo en la montaña.
Verde que te quiero verde
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Ya lo escribía el gran Federico García Lorca en su Romancero Sonámbulo, que hermoso es el color verde intenso y vivo de la primavera y del verano, pero el otoño no es menos mágico. El otoño es una estación de cambios que se acrecientan a medida que la temporada va entrando en su apogeo. Si el campo en general es un auténtico espectáculo, el paisaje del viñedo en particular es si cabe todavía más peculiar y excepcional.
A lo largo del otoño la viña poco a poco va modificando sus tonalidades, algo que no todos saben es que, dependiendo del tipo de vid, variedad y clon, las tonalidades de sus hojas se diferencian unas de otras. Es decir, las viñas de variedades de uva tinta cambiarán de los tonos verde a una gama de rojizos y granates, mientras que los de uvas blancas, lo harán a tonos amarillentos y ocres, aunque se mantendrán verdes durante más tiempo.
¿Pero? ¿Por qué cambian de color? Esta cuestión tiene fácil respuesta, aunque hay varios factores que influyen en este proceso, tal vez el principal sea que dejan de producir clorofila. Al igual que sucede con otras plantas, la coloración verde de las hojas de vid se debe a la clorofila. El pigmento natural que otorga a las distintas variedades vegetales esa coloración tan especial y característica.
La producción de la clorofila esta ligada como no podía ser de otra forma a la cantidad de luz solar que la planta recibe. Cuando llega la primavera y el verano los tonos verdes vivos inundan el paisaje, y la coloración del viñedo es muy intensa, por esta misma razón, cuando los días se acortan y la cantidad de luz solar que reciben las plantas es más reducida, el color de las hojas va cambiando paulatinamente hacia los rojizos, ocres y amarillos.
Pero, además de ser responsable de la coloración de la hoja, la clorofila también tiene otro papel vital para la planta. Es gracias a ella como la vid puede transformar el dióxido de carbono, el agua y la luz del sol en alimento. Es lo que permite que tanto la vid como el resto de plantas crezcan con vigor.
Ante la proximidad del otoño, la producción de clorofila comienza a descender. Algo que provoca que el verde propio de las hojas vaya desapareciendo, para mostrar otros colores ocultos en ellas. Así es como los colores naranjas y amarillos comienzan a hacer acto de presencia. Porque, en ausencia de la clorofila, estaban ocultos en las hojas.
Otro de los motivos de peso para que las hojas luzcan estos tonos anaranjados y rojizos es el azúcar atrapado en las hojas. A medida que avanza el otoño y la planta detecta el descenso de luz solar y de temperatura, las venas de las hojas comienzan a contraerse. Así y gracias al calor del día y el frío nocturno, los azúcares que había en ellos comienzan a reaccionar hasta dar lugar a esos colores tan propios de las hojas de la viña en otoño.
Tras este espectáculo de colores, llega el momento de la caída de la hoja. Un momento que se da cuando las venas de las hojas se han cerrado por completo, condensándose todas las células en la base de la hoja. Y, aunque esto pueda ser menor, no deja de ser un mecanismo natural para que la vid pueda entrar en un estado vegetativo durante el invierno.
Este paisaje efímero como la vida misma es un espectáculo, pero todo espectáculo tiene un final, y en el viñedo ese momento llega inexorablemente cuando se caen las hojas. Obviamente debido a las diferentes condiciones climáticas: lluvia, viento, granizo, nevadas, etc., puede llegar antes o después. La vid entra en un proceso de periodo de letargo desde noviembre hasta marzo. Pero al final, eso es el ciclo de la vida.
